No hay coincidencia entre historiadores y estudiosos de la cantidad de habitantes en América a la llegada de los colonizadores. Algunos estiman que había 25 millones de habitantes, otros 50 o 70, y algunos estiman que había con creces más de 100 millones de personas. Coinciden sí en que este número disminuyó escalofriantemente en algunas décadas, quedando a principios del 1600 aproximadamente sólo un 5 % de la población originaria. También están de acuerdo que los factores que gatillaron esa enorme mortandad se mezclaron en una fórmula genocida: por un lado las enfermedades europeas, entre ellas especialmente la viruela, el sarampión, la gripe, la sífilis y la peste bubónica; por otro, la Encomienda, con su brutal sistema de explotación de enormes masas de hombres y mujeres y la devastación ecológica que eso acarreó. Esta catástrofe poblacional, superior a las registradas en Europa con la “peste negra” o la mal llamada “gripe española” (el origen fue Estados Unidos), sumada al proceso de aculturación estructural llevado a cabo por el colonialismo europeo de cuño judeo-cristiano, produjo otro fenómeno que es difícil siquiera de concebir pero que intuíamos cuando escuchábamos las pusilánimes clases de historia precolombina del colegio: en estricto rigor, es imposible reconstruir la forma de vida, la cultura de esos millones de seres humanos que habitaron América antes de la llegada de Colón. Se trata de una experiencia radicalmente incognoscible para sus descendientes.
En la actualidad, América Latina, con su historia de colonialismo proyectada al presente en un conjunto de Estados-Nación con sistemas políticos y especialmente de protección social precarios sino derechamente fallidos, recibe un nuevo desafío en sus costas. Luego de un par de décadas de cierta bonanza económica, y la reducción de algunos índices generales de vulnerabilidad social, el continente se aproxima a una crisis de envergadura, y lamentablemente en este punto, el consenso es generalizado: América Latina, la región más desigual del mundo, no está preparada para el embate.
El sistema de salud y su dinámica de desenvolvimiento, inclusiva o excluyente, solidaria o discriminatoria, será el espejo en el cual se reflejará nuestro pacto social. Esperemos que en este test no sean otra vez los mismos, los que habitan en territorios rurales o en los cordones suburbanos periféricos, los descendientes “puros e impuros” de aquellos millones de habitantes de la “América perdida”, los más afectados. Y esperemos también, que la cultura que sobreviva, resista las formas de comunicación centralizadas por cuatro o cinco operadores globales, y por sobre todo, recupere la confianza en el poder liberador de los viajes y el contacto humano.