Fascinante resulta la constatación, en el marco de la actual pandemia que nos acosa, de la experiencia, radicalmente heurística, de que no sabemos nada. Respecto al virus, no sabemos de qué animal provino, cuántos huéspedes habitó ni cuántas mutaciones experimentó antes de saltar a nosotros. No sabemos cómo se acopla a nuestro sistema celular (los caminos para una arribar a una vacuna son, otra cosa fascinante, diversos). No sabemos cuánto dura en nuestro organismo y en qué condiciones; no sabemos, de hecho, si genera algún efecto crónico. Dicen que no es un patógeno estacional, pero evidentemente es porque no desciframos todavía sus claves de adaptación climática. En términos epidemiológicos, no sabemos cuántos contagiados hay, las cifras de los gobiernos son oscuras per se y además varían respecto a sus capacidades de testeo; por lo mismo, tampoco sabemos cuál es el índice de letalidad del SARS 2 y de esa manera no sabemos a ciencia cierta (qué expresión más elocuente!!) cómo evaluar si los costos colaterales de las medidas profilácticas que estamos aplicando son peores o no que la enfermedad.
En un escenario de producción de saber-poder donde la complejidad, sus profundas conexiones y sus variadas narrativas sociopolíticas, se intentan capturar según las dinámicas de redacción de papers, o peor aún, según la idea de que todo proceso de la realidad es susceptible de ser traducido en un algoritmo predictivo soportado en una incierta pero siempre inconmesurable data, sugiero eludir, como si se tratara de la peste misma, todo llamado, como ya antes se había promocionado en la más reciente contingencia noticiosa relativa a la crisis ambiental, a dejar las decisiones en manos de los científicos, especialmente si es dicho así, en masculino; o de la ciencia, en singular.
Qué sabe esta ciencia hipertecnificada, mercantilizada y sobrehumanizada dominante? Que el virus es muy contagioso…vaya vaya.
Me inclino por creer que sabemos más cosas que las que nos puede balbucear este tipo de ciencia “asintomática”.
Sabemos por ejemplo que el capitalismo financiero ha jibarizado los sistemas de salud en el mundo y particularmente los presupuestos en investigación preventiva. Sabemos que la industria farmacéutica necesita enfermedades para producir curas. Sabemos que los problemas globales en la actualidad no tienen gobierno a su escala, y aunque nos pese a los decolonialistas, la UE y su comportamiento en esta crisis es la última esperanza de un mínimo de multilateralismo para el futuro, aunque sea puertas adentro.
Y sabemos, especialmente sabemos esto, que el virus podrá contagiar a moros y cristianos, pero sus efectos, en los cuerpos biológicos (sexualizados, oxigenados y malnutridos diferencialmente) y en los cuerpos sociales, no serán igualitarios.
En un escenario de producción de saber-poder donde la complejidad, sus profundas conexiones y sus variadas narrativas sociopolíticas, se intentan capturar según las dinámicas de redacción de papers, o peor aún, según la idea de que todo proceso de la realidad es susceptible de ser traducido en un algoritmo predictivo soportado en una incierta pero siempre inconmesurable data, sugiero eludir, como si se tratara de la peste misma, todo llamado, como ya antes se había promocionado en la más reciente contingencia noticiosa relativa a la crisis ambiental, a dejar las decisiones en manos de los científicos, especialmente si es dicho así, en masculino; o de la ciencia, en singular.
Qué sabe esta ciencia hipertecnificada, mercantilizada y sobrehumanizada dominante? Que el virus es muy contagioso…vaya vaya.
Me inclino por creer que sabemos más cosas que las que nos puede balbucear este tipo de ciencia “asintomática”.
Sabemos por ejemplo que el capitalismo financiero ha jibarizado los sistemas de salud en el mundo y particularmente los presupuestos en investigación preventiva. Sabemos que la industria farmacéutica necesita enfermedades para producir curas. Sabemos que los problemas globales en la actualidad no tienen gobierno a su escala, y aunque nos pese a los decolonialistas, la UE y su comportamiento en esta crisis es la última esperanza de un mínimo de multilateralismo para el futuro, aunque sea puertas adentro.
Y sabemos, especialmente sabemos esto, que el virus podrá contagiar a moros y cristianos, pero sus efectos, en los cuerpos biológicos (sexualizados, oxigenados y malnutridos diferencialmente) y en los cuerpos sociales, no serán igualitarios.